Exposición La fuerza del tiempo

Santiago Rodríguez Olazábal

16.12.2021

Galería Acacia

14 Bienal de La Habana

Dice Ifá: «La verdad es la palabra que no se corrompe»

En tiempos donde el mercado dicta reglas en la producción/creación de las artes plásticas, las exposiciones de las galerías comerciales vienen a ser una especie de showroom de la obra reciente del artista –nómina o invitado-. Pero en determinadas ocasiones, como en esta, la muestra me sugiere una investigación sobre la forma y el discurso propio del artista. En este caso, ya no son los curadores o especialistas los que dictan el rumbo que tomará la exposición sino el propio artista que se vuelve investigador de sí mismo y desea exponer el resultado de sus años de estudios. Para Santiago Rodríguez Olazábal, en mi opinión, “La Fuerza del tiempo” es una demostración de la tesis sobre las influencias afrocubanas en todas las épocas de su producción artística. Y a pesar de ser un espacio comercial, las salas expositivas se cubren de un velo académico y refuerzan su finalidad cultural.

Volver a obras de las últimas tres décadas del artista, es una clase magistral sobre el proceso de estudio de las religiones afrocubanas y su integración a las artes visuales. La investigación hecha a dos manos, la de Ifá y la de artista, convierten cada dibujo, cada instalación, cada lienzo intervenido en obras de arte. Olazábal está marcado, tanto por la palabra de los orishas como por su talento natural, para defender con rigor académico el argumento de que lo afrocubano, lo religioso no es tabú y puede mostrarse a creyentes o no, someterlo a escrutinio siempre con un objetivo elevado, la cultura. Existe una coherencia a lo largo de los años entre cada obra, como si el hilo rojo de la vida que nos mostró en la exposición Detrás de los ojos, uniera invisiblemente una con otra. Auténticos tratados de Ifá llevados a lo visual, dan ese halo de misticismo a la relación y diálogo en la que dispuso desde la primera sala las obras escogidas. No obstante, piezas en lo individual

como “El ebbó se lo llevó Igunugu para el cielo” de 2005 plantea un monólogo en su rareza, su peculiaridad y particularidad respecto al resto de las obras.

No creo que Santiago pudiera deshacerse de alguna de estas piezas, son insustituibles si me preguntarán. Mucho menos pudiera ponerse precio, pues es tasar el conocimiento que es imposible. Imagino el taller del artista convertido en centro de investigación, donde solo la contemplación directa de cada una de ellas y en conjunto puede arrojar eso que vengo llamando la tesis de Olazábal. Esa presencia de los originales de época, sorprendentemente bien conservados, es el punto que eleva a especial esta exposición pues logra transportarnos como espectador a los años donde el artista las creó. A los ancianos se les venera, es una máxima de la religión yoruba, y así lo contempla el artista con esas piezas quebradizas pero fuertes.

Como toda tesis, esta es de esas exposiciones que, si merecen un catálogo de lujo, acompañado de la sabia de las palabras del artista y de aquellos que como él han investigado las temáticas presentes. Ávidos están aquellos que, como yo gustan de la obra de este artista, que desde la humildad que da la estera, ha sabido interpretar el dilogún y la naturaleza humana. La complejidad de esta investigación en arte y sobre el arte, que trae en sí el conocimiento de muchos artistas que sin dudas han influenciado a Olazábal, habla de ese movimiento artístico muy propio de Cuba por lo profundo de sus raíces afrocubanas. Es continuidad y a la vez comienzo.

Un resultado palpable de esta exposición y sus objetos artísticos es la contemporaneidad de un tema tan lejano en el tiempo como presente en el día de hoy; representa además una mirada panorámica a la sociedad cubana, a sus procesos religiosos, sintetizados en una exposición que será recordada a pesar de la fuerza del tiempo.