13.03.2020
Museo Nacional de Bellas Artes Cuba
«Cuando alguien describe un sueño es extremadamente difícil –por no decir imposible– trasmitir en palabras y con algún grado de coherencia la emoción o la vivencia de aquello experimentado en el viaje hacia el mundo de lo onírico, de lo incomunicable. Las imágenes que ahí se nos aparecen son egoístas: prefieren no ser compartidas. Sin embargo, el ser humano es testarudo y levanta, de manera atrevida y retadora, el velo de silencio que lo separa de ese “otro mundo”: el inconsciente, los sueños, los espíritus. Los seres se alzan y nos llaman desde su muerte/vida con un susurro casi inaudible. La fiera presencia de lo ignoto asecha. Si ello (lo incomprensible, lo innombrable) permanece ahí afuera, me atrevería a decir que el eco de lo desconocido siempre deja huellas, signos.
Ese mundo que nos es ajeno, que asoma como un espacio vacío que parece un abismo insondable, adquiere luz, presencia y fuerza y obliga a mirar fijamente hacia sus entrañas oscuras. Precisamente, la dualidad luz-oscuridad, de larga tradición en el imaginario visual occidental, es utilizada por Marta María Pérez Bravo para replantear, desde una religiosidad muy personal y de marcadas referencias autobiográficas, la vorágine de tiniebla y claridad que enceguece a los hombres en su inestable travesía por la vida buscando la firmeza espiritual.
El recorrido de esta exposición por las piezas más significativas –como lo es la obra que le da título a la exhibición, Firmeza (1991)– de la producción fotográfica de Marta María Pérez Bravo invita al público concurrente a la sala temporal del Edificio de Arte Cubano a sumergirse en un mundo de símbolos, espectros y casas vacías.»
Fragmento del texto sobre la exposición de Grethel Alvisa Realín.