Exposición “Elocuencia del silencio”
Colectiva
09.09.2022
Museo Nacional de Bellas Artes

El patio central del Museo Nacional de Bellas Artes, se ha convertido ya en testigo mudo y cómplice de la escultura cubana contemporánea. En 2018, los pasillos que ahora acogen a una decena de escultores de varias generaciones, dieron espacio a tres que hoy repiten: José Villa Soberón, Tomás Lara Franquis y Rafael Consuegra. En esos meses era efervescente el espíritu de la escultura contemporánea en Cuba, pues junto a la muestra se hacía coincidir en el propio espacio la presentación del libro de la Dra. Lillian Llanes “Del arte en Cuba: la escultura” y poco tiempo después la revista Artcrónica presentaba su edición especial sobre el tema a cargo de David Mateo. Han pasado casi ya cuatro años y vuelve esta expresión artística a manifestarse en uno de los epicentros del arte en la isla.

Cuando uno tiene estos antecedentes, es fácil comprender la transformación de esta disciplina a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, las renuncias y apropiaciones, los cambios en las formas y materiales, la evolución de las técnicas y procesos, la necesaria aparición de nuevos exponentes como lo es Gabriel Raúl Cisneros. Este joven artista logra marcar su impronta y a veces –por suerte- alejarse de la influencia de tantas figuras señeras aquí presentes, cuyas trayectorias por sí solas son hitos de la escultura contemporánea en Cuba. Pero esta muestra no es en mi opinión una mera mirada historiográfica a lo que ha pasado en materia de desarrollo de la escultura en los últimos años, porque de ser así serían muchas las ausencias poco justificables. Creo entonces que es una reflexión desde la curaduría sobre los movimientos y tendencias que entre los artistas cubanos se viene dando en los últimos tiempos.

Eso sí, esta exposición presupone un serio ejercicio para el espectador sobre interesarse por la trayectoria artística de cada uno de los presentes, para poder entender el camino que lo ha llevado hasta aquí. De igual manera, para comprender que el azar no ha actuado en esta ocasión para la selección, sino que encontrar nombres como Lidia Aguilera, Alberto Lescay, Eliseo Valdés, Tomás Núñez, o Guillermo Malberti y Hander Lara, responde a la reflexión desde la apreciación de obras sobre el comportamiento actual de los escultores cubanos. Ellos han sabido ser contemporizadores a través de sus prácticas artísticas y a veces hasta rupturistas con la tradición que existía en Cuba sobre la escultura. Sirva una lectura rápida a los textos antes mencionados de Lilian Llanes y David Mateo.

Ese abanico que va desde piezas con una representación antropomórfica (la figura humana) hasta llegar a aquellas que juegan con una experimentación de cambios geométricos, el ensamblaje, las formas escultóricas construidas, montadas o suspendidas, va dando una originalidad muy particular a cada una de las piezas. El uso de los materiales que puedan ser conseguidos –gracias a la creatividad del artista cubano para superar las carencias- permiten una riqueza compositiva y de los discursos que cada uno plantea, siendo siempre revolucionarios en la escultura.

Son impresionantes las investigaciones que desde su obra realizan Lara y Eliseo con el acero conformado, dando a sus piezas una relación distinta con el espacio, algo así como un aspecto aéreo. Lara y Johny comparten el gusto por la sutileza lúdica, al vincular en sus obras los objetos encontrados, con fuertes tendencias expresionistas. Hander Lara, se mueve entre lo moderno y lo conceptual, con la pieza “Los versos del poeta murieron a ciencia cierta”. Los maestros de generaciones Consuegra, Villa y Lidia, siempre con esa vocación pedagógica, siguen siendo referentes obligados para el estudio de la escultura en sus más variadas formas. Malberti, invitado a compartir en esta muestra, a través de “Del barro venimos” de este mismo año, habla desde la crítica velada sobre esa sociedad actual que nos moldea a su imagen y semejanza, a través de esta especie de monumento al Hombre inacabado que se contrapone al “Aponte” fuerte y decidido del maestro Alberto Lescay.

Una buena exposición que las circunstancias demoraron en el tiempo, a la que solo pudiera desde mi opinión señalar que los espacios se me hicieron muy abiertos para las dimensiones de las piezas y su ubicación. Por otro lado, la presencia de una obra de la muestra anterior en el patio central crea un ruido en la curaduría, pues pudiera pensarse que forma parte de la presente. Igualmente, si el concepto museográfico respondía a presentar a cada escultor en un espacio, colocar una obra entre las piezas de Consuegra rompe esa dinámica que se venía siguiendo, o en el caso de las obras del Maestro Villa, casi invisibilizadas o aplastadas por la rampa ascendente sobre ellas. A muchos nos costó hacer un buen recuerdo fotográfico de las piezas de Gabriel, pues los alrededores del Museo, por esa pésima conciencia de urbanismo, no daban un grato panorama.

Cierto es que se necesitan muchas exposiciones de escultura, como también crear conciencia entre las instituciones estatales y privadas para fomentar el coleccionismo, o el apoyo para el desarrollo de una manifestación costosa pero necesaria para la ambientación de los espacios públicos. Sirvan siempre espacios como estos para presentar las ventajas de ubicar estas obras a la vista del gran público que sabrá agradecer una ciudad más bella y artísticamente pensada donde verdaderamente se comprenda la elocuencia del silencio de una escultura.