Exposición Antonia Eiriz, el desgarramiento de la sinceridad

Antonia Eiriz

23.12.2021

Museo Nacional de Bellas Artes Cuba

Quien entra a la sala transitoria del 3er Piso del edificio Arte Cubano por estos días debe sentir, por lo menos así lo viví, la fuerza visual de las obras allí expuestas. Faltan las palabras para describir la muestra, no las necesita, cada imagen habla por sí sola. Me doy el gusto de acompañarlas con fragmentos de uno de los ensayos que más me ha ayudado a conocer la obra de esta artista: Antonia Eiriz y las circunstancias del Dr. Hamlet Fernández Díaz , que le valió además el premio Ensayo de Crítica “Guy Pérez Cisneros” en 2010. Tras la exposición “Felices los normales” en la Galería Galiano donde en posterior conversatorio se dialogó sobre la obra toda, esta exposición echa mayores luces sobre esta gran artista cubana.

“(…) Una de las víctimas de esa paranoia exclusionista que más ha sentido al arte de este país, es sin dudas, junto al expediente de Raúl Martínez, el caso de Antonia Eiriz (1929-1995), la estrella femenina de la generación que hizo convulsionar al ambiente plástico de mediados de los años sesenta; generación que fue silenciada en la cumbre de su fertilidad creativa y sustituida hacia finales de la misma década por la primera generación producida por la Revolución, hombres nuevos libres del llamado “pecado original”.

Antonia Eiriz se había graduado de pintura y dibujo en la Academia de San Alejandro en el año 1957, y ya en 1964, con su primera exposición personal en Galería de La Habana (Pinturas y Ensamblajes), causó un efecto similar al nacimiento de un volcán, como expresara Edmundo Desnoes ese mismo año refiriéndose al impacto del suceso: «Cuando nace un volcán, todo el paisaje cambia. Y eso es la exposición de Antonia Eiriz en la Galería de La Habana»

(…) el expresionismo feroz de Antonia Eiriz se impone como una poética novedosa y desautomatizadora, que toma distancia tanto del ensimismamiento de las formas abstractas así como de la estetización estereotipada de las otras vertientes figurativas. Antonia logra actualizar y contextualizar magistralmente una estética de la expresión que ya comenzaba a ser despojada de su condición de paradigma modernista por la nueva sensibilidad y procedimientos postmodernos que ganaban protagonismo en la escena norteamericana de los sesenta. En la línea del más ácido expresionismo alemán, su propuesta estética, al ritmo del calor revolucionario que hacía transpirar a la Isla, será una de las más orgánicas del momento. La pintura de Antonia había superado ya la obsesión modernista de la pureza y autonomía del lenguaje; temáticamente había logrado sintonizar también con el temperamento psíquico-sociocultural de una realidad que hacía mutar el imaginario cultural en todos sus niveles, y por ende exigía nuevas formas de expresión simbólica. Antonia Eiriz, sin dudas, tuvo la agudeza crítica y la destreza de oficio suficiente para hacer cristalizar dicha forma, alcanzando una de las metas más caras al lenguaje de las formas plásticas, a saber: el sutil equilibrio de la relación antinómica entre forma y contenido. Por esta cualidad, en términos de recepción, su arte produce tanto un goce sensorial como un reto al intelecto, se nos presenta sensual y conceptual en la misma proporción.

(…) Un arte punzante, provocador, agresivo, de humor negro, un arte que pone ante los ojos del espectador aquellas zonas de lo humano que más detestamos y le impone el reto de purgar sus propias miserias de espíritu, un arte que le corre el velo a la hipocresía, a la demagogia, a la disfrazada manipulación, un arte que delata la desdibujación de la psiquis de los más susceptibles a la despersonalización, de los que son arrastrados y diluidos en la marea embriagadora del futuro promisorio, es un arte condenado al rechazo de quienes, como advertía Hugo Consuegra, gustan de ser halagados. Y si los que gustan de ser alagados son mayoría y tienen poder para vetar, es un arte condenado a la marginación y a la exclusión.”