Exposición Luz roja
18.12.2021
Para William sus piezas van más allá del “atractivo de las figuras representadas”, busca siempre reflejar como el ambiente que las rodea influye en ellas hasta el punto de llegar a mimetizarlas con la escena. Llevo tiempo siguiendo la obra de este artista, pudiendo entonces ver la evolución conceptual en su trabajo, por lo cual para nada sorprende el salto que hay desde su última exposición en Cuba, llamada Autómata en la Galería Galiano hasta esta.
“Luz roja” es tal vez el punto clímax de un proceso de reinterpretación de los cánones que hasta ahora había defendido, rompiendo una línea visual tanto de sus modelos femeninas como de los espacios-escenarios escogidos para hablar sobre los paradigmas de belleza. Al incorporar piezas tridimensionales, poner a dialogar directamente dos piezas a través de puntos de coincidencia imaginarios, emplear el texto como obra en sí y describir mediante el “proceso” la concepción de su idea de lo que es la creación, vamos teniendo una idea del nivel de madurez creativa y conceptual que va alcanzando el trabajo de este artista.
Al leer el título de la muestra, lo primero que vino a mi mente fue esas teorías que señalan que el color de las ciudades va más allá de los colores de sus edificios, pues el color genera una imagen urbana dotando a la ciudad de carácter e identidad. Hasta ahora las ciudades de William estaban marcadas por la multiplicidad de colores, revisar el abanico de obras de sus últimos años nos lo permite. Sin embargo, en esta ocasión es el color rojo ocre el que invade tanto las estructuras arquitectónicas como a los personajes. Ese candilazo que se esparce al atardecer es usado con toda intención por el artista para revelar un significado nuevo de su obra, el sentimiento de la partida.
Piezas que hablan de la emigración y su reflejo en la realidad de aquel que se lanza a buscar otros horizontes, de los sentimientos encontrados de ausencia y presencia una vez que se llega a esos entornos están presentes en esta muestra. Explota William nuevamente, ese simbolismo del interior de la naturaleza humana que ha estudiado a lo largo de sus series. Otros elementos de la naturaleza humana se disfrutan en las dos piezas tridimensionales. La primera es la escultura conformada en madera con una forma circular “A ninguna parte» y la segunda es el amasijo de escaleras igualmente hechas en madera alrededor de un haz de luz con el sugerente título “Águilas y reptiles”.
En palabras al catálogo por una de las curadoras de la muestra Chrislie Pérez se lee: “para William, el mundo contemporáneo ya no se sustenta sobre la existencia del paradigma universal, de una verdad por encontrar o un destino al que llegar, sino una diversidad de postulados, todos igualmente válidos, que conviven, se enriquecen, se desplazan, se desbordan, se contaminan y niegan en constante fluir”. Es este el punto de partida para el recorrido que impone el artista por los intríngulis de la humanidad y su naturaleza en esta muestra. Me detengo ahora en la pieza “Síndrome”, donde un texto en letras rojas nos relata la historia de Procusto, en el cual la ciencia moderna se ha apoyado para ejemplificar el síndrome que sufre “aquel que corta la cabeza o los pies de quien sobresale”. William, tal vez, en su afán de representar ese atardecer de la sociedad actual, nos dice verdades como templos y nos lleva a reflexionar.
De piezas meramente contemplativas y bellas a las que nos había acostumbrado a estas cargadas de un simbolismo espectacular, hay un giro de 180 grados. Así como en las figuras femeninas que ahora nos dan la espalda en acto de dejar, abandonar algo, alguien o algún proceso para el bien físico/moral y el respeto de ellas mismas. ¿Será acaso esta luz roja el indicio de un alto en el camino creativo para lanzarse a nuevas metas? Mi opinión es que tal y como la pieza William toma «conciencia del entorno» y actúa en consecuencia.