La subasta Post-War & Contemporary Art celebrada en Bonhams Nueva York el 20 de noviembre de 2025 ofrece un corte muy nítido del lugar que ocupa hoy el arte cubano en las dinámicas del mercado internacional. No se trató de una venta especializada en arte latinoamericano, pero el segmento “Objects that matter: Works from an important Latin American collection” funcionó como un laboratorio perfecto: once lotes cubanos, varias generaciones representadas y un conjunto de resultados que permiten trazar tendencias, identificar tensiones y evaluar desplazamientos dentro del ecosistema de precios.
Lo relevante no es únicamente el número de artistas cubanos incluidos, sino el espectro que abarcan: desde figuras históricas del modernismo latinoamericano hasta nombres de la contemporaneidad conceptual y post-conceptual, pasando por artistas de la diáspora y por representantes clave de la abstracción geométrica. Esta diversidad convierte la subasta en una muestra estadística particularmente útil para entender cómo se está moviendo el mercado cubano a mediados de la década de 2020.
Los resultados más altos fueron, como era previsible, los de artistas ya consolidados en el canon global:






Estos seis nombres funcionan, cada uno a su manera, como puntos de apoyo para entender la dinámica del mercado:
Lam continúa operando como un activo estable: no sorprende ni despunta, pero sostiene valor y credibilidad. Ana Mendieta evidencia la fuerza combinada de las narrativas feministas y decoloniales en el mercado contemporáneo: su obra ya no es leída como documento, sino como pieza central de museo. FGT, desde el minimalismo afectivo, mantiene su posición como artista de alta demanda institucional, donde el mercado replica el peso del aparato museístico. Antonia Eiriz y Loló Soldevilla se consolidan como dos vértices de una relectura histórica que el mercado está incorporando de manera tardía pero firme: ambas integran agendas curatoriales recientes, presencia académica creciente y una recuperación crítica que se ha ido traduciendo en precios. Fabelo, por su parte, reafirma su lugar como artista de alta presencia comercial, sostenido por un coleccionismo internacional que reconoce en su obra una mezcla eficaz de técnica, teatralidad y distintivo estilístico.
Por debajo de estos liderazgos se sitúa un grupo de artistas cuyo desempeño confirma una tendencia clave del mercado cubano actual: un segmento de precios intermedios (entre 12,000 y 20,000 dólares) que se estabiliza alrededor de obras conceptuales, de los años 80/90 y de la diáspora pictórica.
En esta franja se ubicaron:



Cada caso es sintomático:
Dagoberto Rodríguez emerge con fuerza propia tras la desintegración de Los Carpinteros, y su obra aquí —un huracán geométrico construido con LEGO— responde bien a una demanda global de piezas híbridas entre arte, diseño y visualidad de datos. Se inscribe dentro de una tendencia mayor: la del coleccionismo atraído por propuestas que dialogan con tecnología, clima y cartografía. Hugo Consuegra se confirma como un valor firme dentro del mercado de artistas cubanos de la diáspora modernista: su abstracción simbólica y su mirada sobre La Habana como espacio mental encuentran un coleccionismo concreto, sostenido, aunque no masivo.
En cuanto al dúo Ponjuán–René Francisco, la venta de El cazador metafísico se alinea con la lenta pero constante incorporación de la generación de los 80 cubanos al circuito internacional. Sus obras colaborativas siguen representando un punto de interés particular: encapsulan la estética pedagógica, política y simbólica de un momento crítico para el arte contemporáneo cubano.
Los resultados más reveladores no están necesariamente en las ventas exitosas, sino en los cuatro lotes que quedaron invendidos:




Que cuatro artistas cubanos de trayectorias muy distintas queden fuera en una misma subasta señala un reacomodo importante.
El invendido de Tomás Sánchez, históricamente uno de los artistas cubanos más cotizados en subastas, indica un desplazamiento en las preferencias del mercado. Puede estar asociado a una combinación de factores: formato (acuarela), expectativas de precio, saturación relativa del motivo contemplativo y la entrada de nuevos discursos visuales más sintonizados con cuestiones urgentes (migración, cuerpo, clima, violencia estructural).
Los casos de Briel y Oraá confirman una tendencia observable desde hace unos dos años: la recuperación crítica de la abstracción cubana no siempre se traduce en equivalencia mercantil. El mercado internacional está siendo más selectivo y tiende a concentrar el valor en un puñado reducido de figuras —Soldevilla entre ellas— mientras que otros nombres clave del movimiento no logran romper su techo de precios.
El lote invendido de Los Carpinteros evidencia otro fenómeno: tras la disolución del colectivo, existe una mayor dispersión de obra en el mercado y eso produce, en ciertos segmentos, una saturación relativa. La acuarela, pese a su calidad, compitió con un contexto donde el coleccionismo está buscando obras icónicas, tridimensionales o de mayor peso histórico dentro del corpus del grupo.
Esta subasta confirma que el arte cubano opera hoy en tres niveles interconectados:
1. Un núcleo consolidado, con artistas ya canonizados y precios estables o ascendentes.
2. Un segmento medio, dinámico y con buen comportamiento, que articula diáspora, conceptualismo y producción post-ochentera.
3. Un perímetro de riesgo, donde la abstracción histórica, ciertas obras sobre papel y algunos discursos tradicionales presentan mayor volatilidad.
Más que un simple resultado de venta, el conjunto funciona como un termómetro del mercado cubano en 2025: diverso, competitivo, cada vez más segmentado y profundamente influido por narrativas globales de género, diáspora, memoria política y relecturas modernistas.
Es, en definitiva, una fotografía precisa del momento en que Cuba deja de ser un capítulo paralelo y comienza a inscribirse como parte integral de la cartografía del arte latinoamericano y global.

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