Exposición Médula, Roberto Fabelo

Exposición Médula

Roberto Fabelo

21.11.2025

Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba (Edificio Arte Cubano)

Hay exposiciones que funcionan como un sistema nervioso: no porque conecten partes, sino porque electrifican la superficie completa y disuelven cualquier jerarquía entre lo que miramos y lo que sentimos. Médula, la nueva propuesta de Roberto Fabelo, es esa clase de dispositivo. No es un conjunto ordenado de obras ni un statement visual organizado en secciones; es un territorio rizomático, un cuerpo sin centro, una proliferación de signos que crecen hacia todas partes como si respondieran a una urgencia que no admite demora.

Decir que Fabelo construye un “universo” resulta insuficiente; los universos, en general, aspiran al orden. Aquí lo que prevalece es otra cosa: una lógica del contagio, una forma de pensamiento que se expande por derivación, por contaminación, por sustracción de límites. Esa cualidad rizomática no es un efecto estético sino un gesto político: la negativa rotunda a narrar el mundo desde un único lenguaje, una sola identidad, una genealogía lineal.



Es ahí donde Fabelo se alinea, casi sin proponérselo, con algunos de los giros más incisivos del arte contemporáneo internacional: la disolución entre humano y animal; la crítica a los sistemas de poder desde las morfologías del monstruo; la reivindicación del objeto precario como lugar de memoria; la migración de la pintura hacia la instalación; la insistencia en el cuerpo fragmentado como archivo de la crisis contemporánea. No es casual que, en medio de la geopolítica del espectáculo, Fabelo apueste por una estética donde el trauma y la imaginación se devoran mutuamente.

Lo fascinante es que esta apuesta dialoga también con la historia —muchas veces interrumpida— del arte cubano. Una historia que, aunque marcada por la alegoría, la metáfora y el disimulo, ha comenzado desde hace décadas a contaminarse con lenguajes menos disciplinados. En ese tránsito, Fabelo encuentra un lugar incómodamente fértil: ni dentro ni fuera, siempre en un borde, siempre entre lo que se puede decir y lo que solo puede insinuarse desde la deformación. Esa ambigüedad es la que le permite no ilustrar la realidad cubana, sino metabolizarla.



El riesgo sería creer que “Médula” es un gesto introspectivo. Lo es, pero solo en parte. Su verdadero alcance está en cómo la exposición se lanza fuera de sí, se abre hacia los sistemas mayores: la diáspora, la violencia, la supervivencia, la memoria residual del cuerpo social. La médula, entonces, deja de ser sustancia biológica para convertirse en metáfora de matrices colectivas: un lugar donde la historia sedimentada todavía pulsa, aunque el cuerpo —ese cuerpo que llamamos nación— esté exhausto.

La estructura misma de la exposición refuerza esta lectura: no hay un hilo narrativo, no hay un recorrido impuesto, no hay esa ilusión museográfica de progreso conceptual. Lo que hay es otra cosa: un mundo que se sucede, que irrumpe, que se multiplica en capas de sentido que no se niegan entre sí, sino que compiten por sobrevivir. La médula —como concepto— se vuelve un centro móvil, una energía que atraviesa materiales, escalas y lenguajes, permeando el espacio expositivo con una intensidad que no permite la indiferencia.



El gesto más audaz de Fabelo aquí es renunciar a la clausura, permitir que el espectador entre en ese ecosistema de fragmentos sin esperar una respuesta. Esa renuncia es profundamente contemporánea: el arte ya no tiene la obligación de explicar, pero sí de activar. “Médula” funciona como un sistema de activación donde lo simbólico se vuelve físico, casi táctil, como si cada elemento estuviera conectado por nervaduras invisibles que insisten en la continuidad.

En este punto, la exposición se acerca a discursos internacionales como el post-humanismo, la crítica al antropocentrismo y la estética del colapso. Pero atención: Fabelo no replica tendencias; las metaboliza desde el Caribe, insuflando en ellas esa mezcla de precariedad, lirismo y cinismo que solo la experiencia cubana es capaz de producir sin que suene a teatralidad. Su obra no habla de un futuro distópico: habla de un presente demasiado real para ser futuro.



Hay algo más, algo que vibra en toda la muestra: una comprensión profunda del cuerpo como paisaje político. Cuerpo humano, cuerpo animal, cuerpo objeto, cuerpo nación. Todos fragmentados, todos envejecidos, todos manipulados por fuerzas externas, todos expuestos a un estado de vulnerabilidad extrema. Ese es el hilo que permite leer “Médula” como una reflexión sobre la desesperada necesidad de sostén —de estructura, de columna vertebral, de sentido— en un contexto donde todo parece disolverse.

Lo que queda, finalmente, es la certeza de que Fabelo ha entendido que el arte no debe adoptar la forma del mundo, sino su intensidad. Y desde esa intensidad, “Médula” propone un recorrido sin centro, sin dioses y sin redención. Un recorrido que, al modo de Deleuze y Guattari, no quiere explicar la realidad, sino escapar de ella en todas las direcciones posibles.

“Médula”, en su profundidad rizomática, no nos dice qué mirar: nos obliga a habitar las grietas.

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