De Allá: Exposición Choque de Potencias, Adriana Arronte

De Allá: Exposición Choque de Potencias Adriana Arronte
04.03.2025
Late Studio-Society (Madrid)

Choque de Potencias de Adriana Arronte se inscribe en una estética de la fragilidad como campo de batalla. Su dispositivo formal—cabezas de cristal suspendidas en el aire—nos introduce en un escenario de inminencia, donde la tensión entre estabilidad y quiebre se sostiene hasta su resolución inevitable: el impacto, la fractura, la desaparición. No es casualidad que el material elegido sea el vidrio, una materia que simula solidez pero que, en su transparencia, revela su verdadera naturaleza precaria.

La obra se articula en dos tiempos: el momento de suspensión y la demolición. En la primera fase, las cabezas parecen contener el aliento, atrapadas en un instante que solo puede resolverse en la colisión. En la segunda, el impacto libera su potencia destructiva, no como una sorpresa, sino como una certeza anunciada desde el origen. Aquí no hay azar: el enfrentamiento no es una posibilidad, sino una necesidad estructural.



Desde un plano simbólico, Adriana elabora una metáfora de los sistemas de poder: estructuras que aparentan equilibrio, pero que se sostienen en la contradicción, en la pugna de fuerzas que, al chocar, sellan su destino. No es solo la representación de la violencia, sino su proceso: la creación de un orden cuya única certeza es su desgaste.

El vidrio, lejos de ser un mero soporte, es el eje discursivo de la obra. En su capacidad de reflejar la luz, de proyectar una imagen distorsionada y de revelar las impurezas en su interior, se nos ofrece como un análogo de los sistemas políticos y sociales que, a pesar de su aparente estabilidad, ocultan fisuras en su estructura. No es casualidad que la artista elija cabezas humanas: el rostro es la máscara última del poder, el territorio donde se inscriben las narrativas de la identidad, la dominación y el conflicto.



El carácter quebradizo del vidrio nos recuerda que la solidez es un espejismo. Las cabezas colgantes parecen flotar, pero lo hacen en un estado de máxima vulnerabilidad. Están condenadas a la fragmentación. Su ruptura no es un acto destructivo en sí mismo, sino la consumación de su naturaleza efímera. En ese sentido, la obra nos coloca ante una paradoja: lo que aparenta ser más frágil es, al mismo tiempo, lo que con mayor claridad nos revela las leyes que rigen el colapso.


La instalación establece una relación con la temporalidad: el momento de suspensión es un tiempo de espera, de tensión acumulada. Pero la acción performática introduce el desenlace, la irrupción de la colisión como destino. Este choque de fuerzas no es un accidente, sino la lógica interna de la estructura. Las cabezas, como las potencias políticas y económicas que el título sugiere, están diseñadas para enfrentarse. En esta confrontación no hay espacio para la negociación; el vidrio no se dobla ni se adapta: se rompe.


La metáfora es clara. Las estructuras de poder, por más robustas que parezcan, están sostenidas en una mecánica de conflictos. La estabilidad es solo una fase previa a la fractura. En este sentido, Choque de Potencias no solo nos habla de la fragilidad de los cuerpos políticos y sociales, sino también de su modo de operar. Arronte no nos muestra el momento previo al colapso como una advertencia, sino como una sentencia.
La obra de Arronte dialoga con una tradición artística que ha explorado la fragilidad, el colapso y la destrucción como dispositivos críticos. Podemos pensar en la obra de Teresa Margolles, quien emplea materiales impregnados por la violencia, o en Doris Salcedo, cuya exploración de la memoria y el trauma político se articula en la fisura y el desgarro. En un registro más conceptual, Cornelia Parker trabaja con el momento de la explosión como una forma de suspender el tiempo en el instante previo a la desaparición.

Sin embargo, a diferencia de estas artistas, Arronte no nos invita a la reconstrucción ni a la reflexión sobre la pérdida. En Choque de Potencias, la ruptura es el fin en sí mismo.
Tras la colisión, el espacio de la galería queda marcado por los escombros. Los fragmentos de vidrio sobre el suelo no son un residuo, sino una huella. Nos recuerdan que la destrucción es un proceso, no un instante. El poder no desaparece tras su caída, sino que deja un paisaje de ruinas que debe ser leído como el vestigio de lo que fue.

Aquí, el performance se acerca a la arqueología del colapso. La acumulación de fragmentos es un archivo de la violencia ejercida. No hay posibilidad de restauración: los restos no buscan ser recompuestos, sino contemplados en su estado de dispersión. En este sentido, la obra nos coloca ante la imposibilidad de la redención. Si en otros discursos artísticos el quiebre se presenta como una fase dentro de un ciclo de transformación, en Choque de Potencias la fractura es definitiva.

La obra nos confronta con la realidad del desgaste: todo sistema que basa su equilibrio en la oposición de fuerzas está condenado a la autodestrucción. Es un recordatorio de que el poder no es una estructura estable, sino un campo de batalla en perpetua tensión. Las cabezas de cristal, una vez colisionadas, no pueden ser restauradas sin perder su significado.

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