De allá: Exposición El reencuentro
Bipersonal (Chuli Herrera y Alejandro Lescay)
26.02.2025
Espacio Ornella De Simone (Madrid)
Las trayectorias de Chuli Herrera y Alejandro Lescay están marcadas por un sino inevitable: el tránsito. La migración, no como desplazamiento físico, sino como un flujo de imágenes que se suceden en el tiempo, que se superponen unas sobre otras como capas de óleo en pugna con la superficie áspera de un scratchboard. Sus obras, cuando se miran en conjunto, parecen el eco visual de una conversación en curso, de un pacto no explícito entre dos modos de hacer y de estar en el arte. Ahora, tras haber dialogado en la ya lejana Berlín con «La Despedida», ambos artistas vuelven a encontrarse en Madrid con «El Reencuentro», como si el exilio del uno solo pudiera justificarse en el regreso del otro.

Hay en esta deriva una especie de síntoma generacional: la compulsión por narrarse desde la distancia, por concebir el arte como una cartografía de ausencias. «La Despedida» no era una exposición, era un umbral, un rito de tránsito antes de la pérdida definitiva de la certeza. Ahora, «El Reencuentro» parece no ser más que una pausa momentánea antes de la siguiente fuga. Porque si algo define el universo plástico de Chuli y Lescay es precisamente la imposibilidad de anclarse. Sus obras no se sostienen en una identidad fija, sino en la negación constante de cualquier certeza.
Cuando «La Despedida» se instaló en la Galería Auto&Art en Berlín en 2023, quedó claro que no se trataba de una exposición convencional. Era un palimpsesto de afectos, un ejercicio de duelo pictórico donde el óleo de Chuli se enredaba con las líneas incisivas de Lescay en un intento por retener lo que inevitablemente se escapa: el tiempo, el origen, la idea de pertenencia.
Desde lo formal, la intersección de técnicas producía una dialéctica entre lo denso y lo frágil, entre la materia y la línea, entre la saturación y el vacío. La pintura al óleo de Chuli, de texturas exuberantes y colores que parecen filtrarse desde un recuerdo deformado, funcionaba como el contrapeso visual a la sobriedad monocromática del scratchboard de Lescay. Mientras la una intentaba capturar la intensidad del instante vivido, el otro trazaba su huella en el tiempo con la meticulosidad de quien graba un epitafio sobre una lápida de papel.
Lo que hacía de «La Despedida» una experiencia única era, sin embargo, su coherencia emocional. No importaba dónde terminaba la pintura de Chuli y dónde comenzaba el trazo de Lescay. Lo relevante era la sensación de continuidad, de un gesto que pasaba de una mano a otra sin solución de continuidad. La despedida no era solo el tema de la muestra, sino también su lógica interna. Todo en aquella exhibición tenía el peso de la inminencia, de la catástrofe anticipada.





Pero ahora, con «El Reencuentro», el diálogo se vuelve otro. Si antes todo era umbral, ahora todo es espejismo. Se encuentran, sí, pero ¿se reencuentran realmente?
Madrid, previa a la Semana del Arte, es un hervidero de tendencias, un escenario donde la consagración y el olvido dependen del azar y la insistencia. La irrupción de Chuli y Lescay en este contexto es significativa porque se produce en un momento clave: cuando la mirada del mercado y la crítica se despliega con voracidad sobre lo nuevo. En ese sentido, «El Reencuentro» no es solo un acontecimiento íntimo entre dos creadores que deciden volver a dialogar, sino también una estrategia de visibilidad en un contexto donde la fugacidad es la norma.

Lo que «El Reencuentro» pone en cuestión, más allá del diálogo entre estos dos artistas, es la idea misma de la memoria en el arte. ¿Puede el arte ser un lugar de retorno, o todo reencuentro es una ilusión? ¿Qué queda de aquel pacto tácito que hicieron en Berlín? ¿Es esta exposición una continuación de la anterior, o más bien su simulacro tardío?
No es casual que la trayectoria de ambos artistas los haya traído hasta Madrid en este momento. La escena artística española, particularmente en el circuito del arte contemporáneo, está en un punto de ebullición donde las voces de artistas latinoamericanos están ganando cada vez más terreno. Sin embargo, insertarse en este ecosistema no es tarea sencilla. Si «La Despedida» marcó su incursión en el mercado europeo, «El Reencuentro» es su declaración de intenciones dentro de un espacio donde la competencia es feroz y la legitimación depende de factores que van más allá de la calidad plástica de una obra.

La elección de Madrid como punto de convergencia para esta nueva colaboración no solo responde a una estrategia de posicionamiento, sino también a una afinidad conceptual con la ciudad como espacio de tránsito. Madrid, con su historia de exilios, de regresos y de diálogos interrumpidos, parece el escenario ideal para esta nueva fase del trabajo de Chuli y Lescay. En este sentido, «El Reencuentro» no es solo una muestra, sino un manifiesto: la confirmación de que su obra sigue en mutación, de que el proceso no ha concluido.
Si «La Despedida» fue un acto de duelo, «El Reencuentro» es un ejercicio de reconocimiento mutuo. No es exactamente la continuación de un mismo proyecto, sino la constatación de que la colaboración entre ambos sigue viva, pero transformada. Ya no son los mismos artistas que se encontraron en Berlín. Ahora, con la distancia del tiempo y el peso de nuevas experiencias, el diálogo es otro.

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