Exposición Delirium tremens
Rocío García
16.11.2024
Museo Nacional de Bellas Artes
15 Bienal de la Habana
Me hubiera encantado que la exposición Delirium Tremens, presentada en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba en el marco de la 15ª Bienal de La Habana fuera celebrando la entrega del reconocimiento como Premio Nacional de Artes Plásticas a esta artista. Es que méritos sobran para alguien que representa un itinerario poético por los intersticios más incómodos y feroces de la pintura contemporánea cubana. En este cuerpo de obra cual delirium tremens, Rocío García despliega una narrativa visual que va más allá de la representación para adentrarse en un espacio de resistencia simbólica y política. Su obra, transida de erotismo y violencia, evidencia que en el arte las pulsiones humanas más intensas pueden ser a la vez un acto de confesión y de desafío.
El título de la exposición no es una elección fortuita: Delirium Tremens evoca un estado de alucinación y ruptura perceptiva, un tránsito que Rocío traduce al lenguaje pictórico a través de sus habituales tensiones entre lo grotesco y lo sublime, lo privado y lo político. En este contexto, el delirio no es solo una condición patológica, sino también una estrategia para descomponer y reconfigurar las narrativas dominantes, convirtiéndose en un dispositivo para reinterpretar la realidad desde la fractura y la contradicción.


El recorrido por la exposición evidencia una coherencia perturbadora en la obra de García. Piezas como Judith, guantes de seda reafirman su habilidad para apropiarse de mitos históricos y desbordarlos en una clave que mezcla la violencia simbólica con una erótica que incomoda y seduce en igual medida. Judith, la heroína bíblica, deviene aquí un personaje ambiguo, a la vez víctima y ejecutora, que se sitúa fuera de las categorías convencionales del heroísmo o la feminidad. García no se limita a la ilustración de un relato clásico, sino que lo subvierte al dotarlo de una atmósfera contemporánea donde lo político se filtra a través de lo íntimo y lo corporal.
El cuerpo, ese territorio fundamental en la narrativa de Rocío García, se convierte en esta muestra en un campo de batalla donde se enfrentan pulsiones de deseo, control y emancipación. Los personajes que pueblan sus lienzos —enmascarados, mutilados, hiperexpuestos— son el reflejo de una humanidad que se debate entre la dominación y el intento desesperado de escapar a las estructuras que la oprimen. Pero el cuerpo en esta Maestra con mayúsculas, no se reduce a una metáfora; es también un objeto contundente, una evidencia material de las violencias que lo atraviesan y lo definen.




En términos formales, la estética de Rocío opera con una economía de medios que no desatiende el detalle narrativo. Su uso del color —particularmente los tonos púrpuras y azules que dominan esta exposición— construye un espacio cromático que refuerza la atmósfera de alucinación y ambigüedad. La saturación tonal, lejos de ser un recurso decorativo, se convierte en un lenguaje propio que encapsula el malestar, la ansiedad y la fragmentación que subyacen a su discurso pictórico. El púrpura, como color asociado al poder y al exceso, aquí es resignificado como un código de resistencia frente a las lógicas normativas.
Delirium Tremens funciona también como un ejercicio crítico sobre las dinámicas del poder, donde los roles de dominación y sumisión se tornan difusos e intercambiables. La exposición no ofrece respuestas ni moralejas; más bien abre preguntas incómodas sobre las estructuras que sostienen nuestras relaciones con el otro y con nosotros mismos. Este carácter interrogativo es uno de los rasgos más potentes de la obra de Rocío, que siempre se resiste a las lecturas simplistas o unívocas.




Un elemento que merece atención en esta muestra es el montaje curatorial, que consigue potenciar la narrativa al presentar las piezas en un diálogo constante y orgánico. Las composiciones de gran formato, dispuestas contra fondos monocromáticos, subrayan la monumentalidad del delirio como un espacio expansivo que el espectador no puede evitar habitar. Esta decisión curatorial no busca neutralizar la carga emocional de las piezas, sino intensificarla, creando una experiencia inmersiva que desafía los límites entre la obra y el espacio expositivo.
Lo más inquietante de Delirium Tremens es quizás su capacidad para mantener al espectador en un estado de tensión constante, atrapado entre el placer visual y el desasosiego conceptual. En este sentido, Rocío García demuestra que el arte, más que un refugio, puede ser un espejo incómodo donde las fisuras de nuestra humanidad quedan expuestas con brutal honestidad. La exposición se configura así como un espacio de resistencia simbólica, un escenario donde la pintura no es solo un acto estético, sino también un ejercicio político y existencial.






Volviendo al tema, tiempo es ya de premiar la obra de Rocío García, ella trasciende el ámbito de lo puramente visual para situarse en un territorio donde lo simbólico se convierte en acción. Su propuesta no busca complacencias ni aplausos fáciles; al contrario, nos confronta con nuestras propias contradicciones y fragilidades, recordándonos que el arte, cuando es auténtico, tiene el poder de sacudirnos desde las entrañas.

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