Exposición “Borde”
Colectiva
04.10.2024
Galería Collage Habana
La exposición Borde comisariada a dos manos por Maybe Elena y Alejandro Jurado, inaugurada en la Galería Collage Habana, articula de manera perspicaz una dinámica intergeneracional que invita a reflexionar sobre la experiencia del horizonte como un espacio de encuentro y diferencia. El concepto curatorial, basado en la premisa de que “aunque comparten el mismo sol, cada horizonte es único, irrepetible y personal”, deviene no solo una reflexión estética, sino una meditación ontológica sobre el ser en relación con el espacio y la temporalidad. La obra de cada artista —proveniente de distintas generaciones— se convierte en una cartografía del yo, del paisaje y de la memoria.





Uno de los aspectos más potentes de Borde es cómo el horizonte, en tanto límite y posibilidad, sirve como metáfora de la tensión entre lo visible y lo ausente, lo cercano y lo distante. En este sentido, la exposición invita a cuestionar las concepciones convencionales de la percepción. Derrida o Blanchot, cuyas teorías son evocadas implícitamente en la construcción curatorial, ya habían señalado que el horizonte no es simplemente una línea geográfica o visual, sino una ruptura, un borde en el lenguaje, una frontera que, al mismo tiempo que define, también abre posibilidades infinitas de interpretación.





Cada pieza en Borde nos sitúa en un espacio que, aunque compartido, se siente íntimo y profundamente personal. En algunos casos, el horizonte se despliega como un territorio físico que evoca una geografía conocida; en otros, es el reflejo de un paisaje mental, un límite psicológico o emocional. Este diálogo entre lo físico y lo metafísico convierte a la exposición en un espacio de resonancia donde el espectador se enfrenta a sus propios horizontes: ¿Dónde comienzan y terminan mis límites? ¿Qué horizonte se revela y cuál se esconde detrás de lo que percibo?







La decisión curatorial de incluir a artistas de diversas generaciones es clave para entender la pluralidad de visiones que construyen la muestra, a esa decisión solo puedo objetar el tan reducido número de mujeres en la nómina que sin dudas hubieran dada una mirada aún más compleja al tema. A través de la convergencia de estas miradas, se teje una narrativa múltiple y fragmentada que, en su heterogeneidad, refuerza la idea de que no hay una única manera de mirar o de estar en el mundo. Deleuze y Guattari ya hablaban del arte como una suma de «perceptos» y «afectos» que van más allá de la experiencia humana lineal y que se despliegan en una cosmología que trasciende al espectador En este sentido, las obras en Borde parecen dialogar no solo entre sí, sino con el espacio que ocupan y los horizontes que trazan, desafiando cualquier intento de interpretación unívoca.








El uso del horizonte como eje conceptual de la exposición tiene, además, una resonancia política y cultural. En el contexto cubano, el horizonte puede ser interpretado como una frontera simbólica que separa, pero también une, realidades complejas. En un país donde la insularidad ha sido tanto una condición geográfica como una metáfora política, el horizonte evoca un deseo constante de mirar más allá, pero también de anclarse en lo propio. Este juego entre lo externo y lo interno, lo lejano y lo cercano, está presente en muchas de las obras que, aunque varían en forma y contenido, comparten un interés común por explorar las posibilidades del límite.








Uno de los aspectos cuestionables de la museografía de Borde es el uso inconsistente del «horizonte visual» dentro del espacio expositivo. Si bien en algunos momentos la disposición de las obras permite una lectura continua y coherente, evocando esa idea de horizonte como una línea de conexión entre piezas, en otros momentos dicha continuidad se ve interrumpida abruptamente. En particular, el uso de columnas para montar piezas rompe con esa sensación de fluidez visual. Las columnas, al actuar como soporte, fragmentan la perspectiva del espectador, creando barreras físicas que dificultan la interacción entre las obras y desarticulan la idea curatorial de un horizonte compartido. Este recurso, lejos de enriquecer el diálogo entre las piezas, introduce una desconexión que podría haberse evitado con una disposición más abierta y fluida.








Borde se convierte así en una exposición que no solo reflexiona sobre el arte y la mirada, sino también sobre las formas en que el horizonte, ese espacio en apariencia inalcanzable, se nos revela como un lugar de encuentro, de diferencia y de posibilidad. Al salir de la Galería Collage Habana, el espectador no puede evitar sentir que ha recorrido un paisaje no solo geográfico, sino también emocional y filosófico, donde cada horizonte —como sugiere la curaduría— es, efectivamente, irrepetible y personal.

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