Exposición “Aura”
12.09.2024
La exposición «AURA» de Yasiel Elizagaray en la Galería Villa Manuela propone un ejercicio de reconstrucción de la imagen humana, desde su materialidad hasta su dimensión simbólica. Elizagaray se adentra en la representación del cuerpo, cargándolo de una narrativa visual que transita entre lo visceral y lo espectral. Sus figuras desnudas se presentan como contenedores de experiencias físicas y psicológicas, encarnando las teorías contemporáneas que sitúan al cuerpo como un espacio de conflicto y significación.

El crítico español Carlos Delgado Mayordomo sostiene que el arte contemporáneo asume al cuerpo como un territorio en constante negociación y construcción, y en la obra de Elizagaray esta premisa se manifiesta en la texturización intensa de las superficies pictóricas. Las pinceladas gruesas y la aplicación de capas de pintura generan una sensación de piel marcada, abultada, como si las figuras hubieran sido erosionadas por el tiempo y la experiencia. Esta materialidad, lejos de ser un recurso meramente estético, refuerza la representación de cuerpos que sufren, testigos de su propio desgaste. Esto se conecta con las reflexiones de autores como Georges Didi-Huberman, quien explora la piel como un límite permeable, una «frontera móvil» donde se inscriben traumas y vivencias.



En su obra, Elizagaray se conecta de forma paralela con los legados de Fidelio Ponce de León y Vladimir Sagols, entrelazando los conceptos contemporáneos del cuerpo con una narrativa visual que evoca la tradición pictórica cubana. Este vínculo con artistas de distintos periodos revela la manera en que la obra de Elizagaray dialoga con los temas de la vulnerabilidad, el sufrimiento y la identidad humana.
Fidelio Ponce de León, uno de los grandes exponentes del modernismo cubano, es conocido por sus figuras desvanecidas y espectrales, que parecen desdibujarse en la bruma del lienzo. En su obra, los cuerpos encarnan una espiritualidad doliente y una melancolía profunda. Las figuras desnudas de Elizagaray, marcadas por heridas y fisuras, evocan un sufrimiento que trasciende lo corporal para adentrarse en lo psicológico y espiritual. La textura rugosa y las pinceladas gruesas en la obra de Elizagaray recuerdan la técnica de Ponce, donde las figuras se difuminan como testigos de una existencia en descomposición.



Sin embargo, mientras que Ponce se movía en una paleta de tonos apagados y etéreos, Elizagaray utiliza una gama cromática que oscila entre colores cálidos y fríos, añadiendo un dramatismo y visceralidad que transforma la representación del cuerpo. Las figuras de Elizagaray parecen atrapadas en un espacio de tránsito entre la vida y la muerte, la materialidad y la inmaterialidad, sugiriendo una continuidad temática en la historia del arte cubano, donde el cuerpo se vuelve símbolo de una lucha interna y espiritual.
La conexión entre Elizagaray y Vladimir Sagols se encuentra en su abordaje visceral y directo de la corporeidad. Sagols representa cuerpos deformes, heridos y grotescos, cuestionando las convenciones tradicionales de belleza y confrontando al espectador con la crudeza de la existencia. De manera similar, Elizagaray presenta figuras desnudas que se alejan de la idealización, optando por mostrar los defectos, las cicatrices y la brutalidad de la carne. Los cuerpos en la obra de Elizagaray se deforman, retuercen y adquieren posturas que bordean lo monstruoso, evocando la obra de Sagols en su exploración del cuerpo como campo de batalla y significado.



La aplicación gruesa de la pintura y la textura áspera en las obras de Elizagaray refuerzan esta asociación con la estética grotesca de Sagols. Ambas propuestas artísticas exhiben al cuerpo en su estado más vulnerable y extremo, utilizando lo grotesco para generar una atmósfera inquietante. Esta mirada compartida hacia lo físico y lo abyecto transforma la obra de Elizagaray en una declaración sobre la condición humana y la imposibilidad de escapar de nuestro ser corpóreo, lo cual recuerda los estudios de Julia Kristeva sobre lo sublime y lo abyecto.
Los cuerpos de Elizagaray parecen suspendidos en un limbo emocional, atrapados en espacios oscuros que evocan la angustia existencial del sujeto contemporáneo. La puesta en escena de sus figuras, acentuada por claroscuros, desarrolla una atmósfera de aislamiento y reflexión. Las obras funcionan como espejos deformantes de lo humano, en sintonía con lo que David Le Breton ha señalado como «la imposibilidad de escapar del cuerpo» y su constante redefinición en la experiencia humana.




El simbolismo de las heridas, los rostros desdibujados y las posturas distorsionadas se presenta como una declaración sobre la vulnerabilidad inherente al ser humano. Estas figuras, desnudas y marcadas, se alejan de cualquier idealización, invitando al espectador a una confrontación con la fragilidad de la carne y el alma. La obra de Elizagaray dialoga aquí con el pensamiento de Jean-Luc Nancy, quien ve en la exposición de los cuerpos su potencia más radical: el cuerpo expuesto como testimonio de la existencia misma, con todas sus fisuras y quiebres.
La paleta cromática en la obra de Elizagaray, que oscila entre tonos fríos y cálidos, genera una tensión visual que resalta la fisicidad de los cuerpos. Los fondos oscuros amplifican su presencia espectral, como si emergieran de un espacio onírico o subconsciente. Esta elección estética se alinea con los planteamientos de artistas contemporáneos que exploran el cuerpo desde una perspectiva existencial y psíquica, aunque Elizagaray logra un lenguaje propio que se desplaza hacia lo fantasmagórico y lo poético.



Elizagaray toma de Ponce la melancolía y la niebla emocional que cubre a sus figuras, y de Sagols hereda la visceralidad, la corporeidad llevada al límite de lo grotesco. En este sentido, «AURA» no es solo una exposición sobre cuerpos desnudos; es una reflexión sobre el sufrimiento y la identidad, sobre cómo el cuerpo se convierte en el escenario donde se inscriben las experiencias y los conflictos de la existencia. La pintura de Elizagaray se erige como un puente entre la tradición y la contemporaneidad, continuando el legado de estos artistas mientras crea un lenguaje propio, cargado de simbolismo y resonancia emocional. «AURA» invita al espectador a explorar el dolor y la belleza que coexisten en el cuerpo y el alma, reafirmando el poder del arte para cuestionar y transformar nuestra percepción de lo humano.

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