¿Qué pretendía Wilfredo Prieto al presentar nuevamente «Piedra iluminada, piedra no iluminada» de 2012 en la Bienal de Venecia de 2024, una obra que, bajo su sencillez aparente, esconde una crítica profunda? ¿Es acaso un desafío a nuestra capacidad para discernir el verdadero valor artístico en un tiempo de excesiva saturación visual? ¿Qué nos dice sobre la obsesión del mundo del arte por destacar lo que considera digno de atención, y sobre la ironía de la sobreproducción artística en un mundo ya saturado de instalaciones abstractas? ¿Cómo se relaciona la piedra no iluminada, digna en su anonimato, con todo lo que se ignora en la búsqueda constante de la novedad?

¿No es cierto que este artista siempre ha estado en el centro de la polémica y las opiniones divididas, sin admitir términos medios? ¿Cómo es que su simple invitación para representar a Cuba en la Bienal de Venecia desató tal cúmulo de interrogantes? ¿Quién o quiénes realmente tienen la potestad de seleccionar a los artistas para este prestigioso evento? ¿Hay acaso un comité o comisión que evalúa y discute estos proyectos curatoriales, o es más un asunto de elecciones a puerta cerrada? ¿Se sigue el modelo de otros países, donde un concurso decide quién expone sus proyectos y quién los cura? ¿Qué nivel de apoyo financiero institucional acompaña estos proyectos? ¿Por qué estas cuestiones sólo se murmuran en conversaciones privadas y no se discuten abiertamente?

¿Cómo podemos ignorar la crítica a esos seudodiscursos decoloniales que dominan tantos proyectos de la Bienal, donde artistas migrantes son presentados, pero sus historias están envueltas en textos y discursos profundamente eurocentristas? ¿No es esto una paradoja o un reflejo de una Bienal que, a pesar de sus pretensiones de diversidad, permanece anclada a perspectivas coloniales?

¿Qué nos revela sobre el público, ese colectivo ansioso por ser ‘cultivado’, que recorre los pasillos de la Bienal como si estuvieran en un supermercado en busca del producto más llamativo? ¿No es la piedra iluminada un simple imán para selfies, un foco de luz que atrae a los visitantes, mientras que la piedra en la sombra representa algo para el observador más reflexivo, que se pregunta por qué ciertas obras no reciben atención?

¿No es esta dualidad un comentario sarcástico sobre el corazón inflado del arte contemporáneo, que se deleita en su autoimportancia? En una Bienal que pretende ser el centro de la creatividad mundial, ¿no nos desafía Prieto a cuestionar la validez de esa centralidad autoasignada? ¿Realmente el arte necesita la aprobación de los pabellones, o es que a veces una simple piedra en el suelo comunica más que la tela más elaboradamente decorada?

Al final, ¿no nos impulsa la obra de Prieto a reflexionar sobre la dirección que está tomando el arte contemporáneo? ¿Es realmente una democracia del arte, o más bien una monarquía iluminada por reflectores hábilmente colocados? ¿No es la piedra iluminada de Wilfredo una manera de iluminar no sólo un objeto, sino la fachada de todo un sistema, mientras que la piedra en las sombras revela la ausencia de luz y de atención hacia obras y artistas valiosos, pero marginados del reconocimiento general?